jueves, 11 de abril de 2013

De tanto escuchar a Sabina

¿Quién?

¿Quién puso miel al te de los desaires?
¿Quién yendo a Baires me dejó en Colón?
¿Quién puso gomería en Piedradura?
¿Quién dejó a oscuras la ranura al sol?

¿Quién afloja botones con un gramo?
¿Quién pasa susurrando un no estoy más?
¿Quién accionó el arranque de tu coche?
¿Quién puso noche donde decía mar?

¿Qué artista magistral talló tu talle?
¿Qué loco Carnaval ganó la calle?
¿Quién trajo el vaso con la tempestad?

¿Quién pescaba con reel en la oficina?
¿Quién le robó el mes de abril a Sabina?
¿Quién me dejó esta esquina sin edad?

Luis Lemes 3/ 01/ 2010


Éstos

(Con los debidos respetos, al maestro Sabina)

Esta lluvia que amaga y está de cuento
Estas cadenas rotas con un papel
Esta voz en un disco robado al viento
Este acento sin aliento
Esta tregua sin cuartel

Esta mochila que ya no guarda inventos
Este olvidarme de eso que nunca fue
Ese perro que espera tu atraso lento
Este intento sin talento
Este dos mas dos por tres

Esta noche sin coches ni duermevelas
Esta esquela en la escuela del día después
Esta acera sin corso ni escarapelas
Estas suelas con tachuelas
Este amargo tentempié

Esta luna de mayo detrás del muro
Este vaso del zumo del yo no sé
Esta inseguridad de estar tan seguro
Este rayo sin apuro
Esta oscura palidez

Este vino rosado que alivia el vuelo
Esta vaca en el suelo del almacén
Esta resaca nueva sin luz ni duelo
Este anhelo en tu pañuelo
Este adiós hasta más ver

Luigi Lemes
19 de abril/ 9 de mayo de 2010

                                                                                                         Luis Lemes


jueves, 4 de abril de 2013

Esquinas

En una esquina de mi infancia, Angelito Di Perna contaba historias de hace muchos años, cuando andaba los rieles de la patria llevando el orgullo de ser uno de los primeros comunistas en la vuelta. Angelito el que barría la esquina de Salto y Montecaseros y podaba los árboles del cantero. Que tenía el cerco y el jardín más lindo del mundo a la entrada de su casa. Que tenía la sabiduría de un maestro y los ojos como la historia.
En otra esquina de la memoria, a una cuadra de la escoba y los relatos de Angelito, don Pedro Panini miraba las moneditas con que el Cabeza Jaén pagaba el vino, poniendo la palma de la mano a dos centímetros de los ojos, mientras repasaba las novedades del barrio, que eran las novedades del mundo para nuestros nueve años. Don Pedro el de la Provisión y Bar -combinación que ya no existe- donde los vecinos venían a comprar el pan y la leche de mañana y a tomar un copetín a la tardecita y a jugar a la “carolina”, pariente prehistórico del “pool”. Del lado de la ventana de Montecaseros, un banco largo en el que gastábamos las horas haciendo nada, esperando que pasara la chiquilina que venía de estudiar. Del lado de Tacuarembó, la ventana donde Lorenzo miraba su pasado de músico mientras se bajaba una caña o una grappa con limón.
Algunas esquinas mas arriba, un viejo edificio oficiaba de casa embrujada, en la que se escuchaban los ruidos de sillas que se movían, vasos que se chocaban y cadenas que se arrastraban. Y no faltaba alguno, que parado en la esquina, alardeaba contando que había pasado una noche ahí, entre espíritus inquietos, en el mismo rincón donde alguna vez había ocurrido una terrible tragedia familiar.
Algunos años más acá y dos esquinas más allá, yendo hacia el centro -que entonces parecía lejos -, la plaza pintaba la noche de murciélagos y la barra se juntaba a conversar y a tomar mate. De vez en cuando pasaba un patrullero y había que esconderse en la escalera que daba a ese foso que nunca se supo bien que función cumplía. Eran distintas las cosas entonces. Teníamos una inocencia y una candidez que hoy parecen ridículas. Queríamos ser íntegros, buenos, honestos. Había muchas cosas prohibidas y parecía que eso nos llenaba de ganas de ser libres
Pero en ese entonces, uno no era capaz de ver los misterios y la poesía que esconden las esquinas. Uno no tenía historia, la iba construyendo sin saber que las miradas, los pasos, los besos o los piñazos, se van quedando prendidos de los rincones de las ochavas o de las líneas rectas de las esquinas comunes.
Tienen que pasar los años para que uno, con más de una cana en la sien, empiece a ver en cualquier esquina de su barrio, o de otros barrios de viejas andanzas, las miradas, los rencores, los abrazos y las pasiones con que forjó sus pasos. Y por detrás de todo eso, las cientos de historias que se escriben en las paredes que forman la esquina.
Cierro los ojos y veo en la esquina de una de las casas de mis primeros tiempos, a la barra reunida aprendiendo a vivir. El Ñato, Bigote, el Chito, Pablito, Elenita, Daniela, Anabella, Sonia, Ana, Carlitos y Eduardo. Muy cerquita, en otra esquina más abierta, arbolada y llena de lunas, el Turco, Alberto, Martín y Mauro. Cierro los ojos y veo mis esquinas y reconozco un sello de identidad. Paso por mis esquinas y escucho rumores, voces, risas, llantos y abrazos, estampados en el aire, dibujados en las paredes, escritos en los pretiles.
Y se me ocurre que en las tuyas pasa lo mismo. Se me antoja que tal vez tenés la misma sensación, andando por tu barrio, recorriendo cuadras y llegando a esas aristas en que la vida dobla y que siempre esconden la sensación de que algo, ahí a la vuelta, está por pasar.

Luigi Lemes
2010

Foto de Edgar Salgado (2010)