martes, 12 de marzo de 2013

Universal

-¡No me rompas más las pelotas con la nacionalidad de Gardel! - le dije al flaco una noche de esas de discusiones interminables en el boliche. -Yo también pienso que el tipo nació acá. Pero, ¿sabés qué?, yo creo que el tipo a esta altura del partido, ya es universal, como los Beatles.

-Todo lo que quieras, pero el tipo nació en Tacuarembó. Y si no, fijate todas esas fotos que hay de los Escayola...

-Universal, flaco, ¿entendés? Universal. O sea, que pertenece al universo. El
hombre supo trascender todas las fronteras.

-Bueno, si. Tenés razón. Dejalo ahí.

Pero el flaco era porfiado. Un día, mientras manejaba por una ruta de mesetas y de trinos, allá en el suelo de los Benavídez, me dijo, como quién llega a una fiesta:

- Mirá ese paisaje, hermano. ¿No te parece que el universo también nació en Tacuarembó?

Luigi Lemes



sábado, 9 de marzo de 2013

La noche que Zitarrosa cantó en el Vitreaux Bar

"dulce milonga
enamorada de todos,
como una planta
crece en la garganta;
nace tu flor sin color
en cualquier corazón
-perfume de otra canción"


Alfredo Zitarrosa



La noche era fría y había niebla. “Una cerrazón londinense”, solía decir un amigo querido. Entré al bar como todos los viernes. Era noche de peña y el lugar hervía de gente. Como un pedacito de Montevideo o de Buenos Aires puesto casi por equivocación en una ciudad no acostumbrada a un lugar prácticamente sin ventanas a la calle -La única que había daba a Varela, por donde a esa hora no pasaba nadie-.



Un corto pasillo, una chica amable y bonita en la puerta como antesala del clima agradable que caracterizaba al lugar. Un ambiente central y un apartado para los que querían una charla más privada. Todo bastante apretado, pero coqueto y cálido. En el mostrador, Pablo servía copas. A su lado, regenteando la situación, estaba el Cabeza. Un tipo que, o siempre estaba feliz, o era un actor consumado. Porque la sonrisa pintada en su cara, a esa altura parecía imborrable. Ni bien entré, se apresuró a comentar:


-¿Viste quién vino hoy? ¡Hoy sí que nos consagramos!


Señaló una mesa del fondo, cerca de la puerta de la cocina. Y ahí estaba. Elegante, de riguroso traje negro y finísima corbata al tono. Y detrás del mostrador, al lado de la heladera, en el perchero que los músicos estables compartíamos con el personal, la gabardina.


El tiempo se detuvo. Después retrocedió hasta alcanzar el instante en que un joven cantor se fotografiaba con un gran cigarro en la boca y aquel otro en que contemplaba una jaula con un canario.


El tipo era Zitarrosa.


La escena era tan real como imposible. Era el año 2002. Alfredo vivía más que nunca en sus canciones, pero físicamente ya no andaba estos caminos.. Sin embargo esa anoche estaba ahí, acompañado de una mujer joven y hermosa. En el escenario, Caco afinaba la guitarra y me señalaba con la nariz la escena mágica que ahí se daba.


Después de aquel impacto y luego de las presentaciones, pudimos saber que el hombre se llamaba Julio, que era –creo- de Colonia, y que se autodefinía como un cantor modesto pero apasionado. Compartimos su mesa un rato. Después acompañamos con Caco a algunos cantores. Y disfrutamos, hay que reconocerlo, del juego de impactar a toda persona conocedora de Alfredo que entrara al lugar.


Pero la sospecha de que algo extraño estaba pasando me volvió a invadir cuando el hombre subió al escenario y -pulsando la guitarra, rodeado de los arpegios con los que Caco Pauletti inauguraba la ceremonia-, cantó “Milonga de ojos dorados” ,“Chacarera del 55”,“El violín de Becho”.


Bastante antes de que el sol empezara su tarea de clarear la cosa, el hombre enfundó la guitarra y se enfundó en la gabardina. Tomó a su hermosa dama del brazo, agradeció formal y cortésmente a la casa por el trato dispensado y a los músicos por su generosidad, atravesó el pasillo y se internó en la niebla.


Le juro que salí un segundo después para ver hacia donde se encaminaba. Pero usted sabe cómo es la niebla.


Desde ese día, puede usted creerme o no, he empezado a ver la magia que esconden las esquinas y los rincones de esta ciudad. Duendes y fantasmas que juegan a hacernos confundir y no nos permiten saber cual es la verdadera frontera entre la historia y la leyenda.


Y no se cómo hacer, pero ando pidiendo a gritos que nos demos cuenta.

                                                                                                                 Luis Lemes 

                                                            Publicado en el Semanario "El Sanducero" en 2010

 Ilustración de FERNANDO IRECIO, para la publicación en "El Sanducero"


jueves, 7 de marzo de 2013

Del mismo árbol

Hola a todos. 
Hace un montón de años, treinta para ser un poco más precisos, treinta y un par de meses, bajo los árboles de níspero de la abuela Celia, en el barrio Bella Vista de Paysandú, craneamos una revistita subterránea. Éramos unos gurises locos, entusiasmados por las páginas inolvidables de la revista Hum(r) (Humor Registrado), que venía del otro lado del río con su carga de talento genial y con su lucha por iluminar tiempos oscuros. La revista de Cascioli, en la que escribía un elenco de maestros increíbles (entre los cuales había más de un uruguayo), nos llenaba de ganas de hacer cosas. Así nació, chiquita, humilde, de escasísimo tiraje, El Níspero. 
Su vida, breve -diez números normales más uno extra en el correr de un año y poco-, fue una experiencia maravillosa para una barra de gurises llenos de entusiasmo y ganas de hacer cosas en tiempos difíciles. Para mí, en paticular, fue una tarea hermosa, que me enseñó que hay cosas que valían bien la pena: Meterse en el universo de la escritura, en la creación de textos que fueran divertidos, que nos identificaran,que dijeran cosas entre líneas. Garabatear dibujos que transmitieran emociones...Y finalmente contar con los otros, con los que llegaron con sus textos y dibujos,  para convertir aquello en lo que fue, un grupo de gente, muy joven, armando una herramienta de comunicación de humilde contextura física pero poderoso en afectos, en vínculos, en lazos. Una frutita de níspero en el árbol que aquellos días florecía.
No sé si alguno de los muchachos o de los vecinos que adquiría la revista conservará alguna. Mi querido Chichí Vidiella me dijo un día que los tenía y los íbamos a fotocopiar, pero el tiempo que quedaba para que nos diéramos otro abrazo se nos escurrió como arena entre los dedos. Yo conservo apenas algunos retazos de algunos ejemplares, que algún día les mostraré.
Éste Níspero probablemente no sea aquel. Aquel era una aventura llena de latidos jóvenes. adrenalina, amores tempranos, cabecitas que querían saber y crecer. Éste viene de andar muchos días de soles y de tormentas. Es un Nípero maduro, observador, quisquilloso, un poco sarcástico, un poco irónico.
Sin embargo hay algo que los une, que los emparenta. Y creo que ese algo tiene que ver con la ternura que todavía se atreve a ganarnos el de la zurda más de una noche como ésta. Creo que tiene que ver con ese brillito en los ojos que nos permite mantener la capacidad de asombro a flor de piel.
Este Níspero, probablemente no sea aquel. pero no tengan dudas: aquél y éste, éste y aquél, son nísperos de un mismo árbol.
Bienvenidos.
Luigi Lemes.




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