domingo, 11 de agosto de 2013

Abrazo

(a R.G.S.)

A ver como le explico/ algunas veces
Uno llega de andar gastando suelas
De trajinar salones y veredas
De esquivar ventarrones y tachuelas

Uno llega cansado, hastiado y triste
Hasta que enciende el mundo/ y su develo
Escrito con mayúsculasminúsculas
Lo salvan del naufragio y el subsuelo

Y entonces uno entiende que bien vale
Vivir la vida, campear temporales
Creer que hay agua para tanta sed

Contruir la mañana con retazos
Volar bien alto, saber que estos brazos
Guardan siempre un abrazo para usted.

Luis Lemes
26 de marzo/ 8 de abril de 2012




jueves, 11 de abril de 2013

De tanto escuchar a Sabina

¿Quién?

¿Quién puso miel al te de los desaires?
¿Quién yendo a Baires me dejó en Colón?
¿Quién puso gomería en Piedradura?
¿Quién dejó a oscuras la ranura al sol?

¿Quién afloja botones con un gramo?
¿Quién pasa susurrando un no estoy más?
¿Quién accionó el arranque de tu coche?
¿Quién puso noche donde decía mar?

¿Qué artista magistral talló tu talle?
¿Qué loco Carnaval ganó la calle?
¿Quién trajo el vaso con la tempestad?

¿Quién pescaba con reel en la oficina?
¿Quién le robó el mes de abril a Sabina?
¿Quién me dejó esta esquina sin edad?

Luis Lemes 3/ 01/ 2010


Éstos

(Con los debidos respetos, al maestro Sabina)

Esta lluvia que amaga y está de cuento
Estas cadenas rotas con un papel
Esta voz en un disco robado al viento
Este acento sin aliento
Esta tregua sin cuartel

Esta mochila que ya no guarda inventos
Este olvidarme de eso que nunca fue
Ese perro que espera tu atraso lento
Este intento sin talento
Este dos mas dos por tres

Esta noche sin coches ni duermevelas
Esta esquela en la escuela del día después
Esta acera sin corso ni escarapelas
Estas suelas con tachuelas
Este amargo tentempié

Esta luna de mayo detrás del muro
Este vaso del zumo del yo no sé
Esta inseguridad de estar tan seguro
Este rayo sin apuro
Esta oscura palidez

Este vino rosado que alivia el vuelo
Esta vaca en el suelo del almacén
Esta resaca nueva sin luz ni duelo
Este anhelo en tu pañuelo
Este adiós hasta más ver

Luigi Lemes
19 de abril/ 9 de mayo de 2010

                                                                                                         Luis Lemes


jueves, 4 de abril de 2013

Esquinas

En una esquina de mi infancia, Angelito Di Perna contaba historias de hace muchos años, cuando andaba los rieles de la patria llevando el orgullo de ser uno de los primeros comunistas en la vuelta. Angelito el que barría la esquina de Salto y Montecaseros y podaba los árboles del cantero. Que tenía el cerco y el jardín más lindo del mundo a la entrada de su casa. Que tenía la sabiduría de un maestro y los ojos como la historia.
En otra esquina de la memoria, a una cuadra de la escoba y los relatos de Angelito, don Pedro Panini miraba las moneditas con que el Cabeza Jaén pagaba el vino, poniendo la palma de la mano a dos centímetros de los ojos, mientras repasaba las novedades del barrio, que eran las novedades del mundo para nuestros nueve años. Don Pedro el de la Provisión y Bar -combinación que ya no existe- donde los vecinos venían a comprar el pan y la leche de mañana y a tomar un copetín a la tardecita y a jugar a la “carolina”, pariente prehistórico del “pool”. Del lado de la ventana de Montecaseros, un banco largo en el que gastábamos las horas haciendo nada, esperando que pasara la chiquilina que venía de estudiar. Del lado de Tacuarembó, la ventana donde Lorenzo miraba su pasado de músico mientras se bajaba una caña o una grappa con limón.
Algunas esquinas mas arriba, un viejo edificio oficiaba de casa embrujada, en la que se escuchaban los ruidos de sillas que se movían, vasos que se chocaban y cadenas que se arrastraban. Y no faltaba alguno, que parado en la esquina, alardeaba contando que había pasado una noche ahí, entre espíritus inquietos, en el mismo rincón donde alguna vez había ocurrido una terrible tragedia familiar.
Algunos años más acá y dos esquinas más allá, yendo hacia el centro -que entonces parecía lejos -, la plaza pintaba la noche de murciélagos y la barra se juntaba a conversar y a tomar mate. De vez en cuando pasaba un patrullero y había que esconderse en la escalera que daba a ese foso que nunca se supo bien que función cumplía. Eran distintas las cosas entonces. Teníamos una inocencia y una candidez que hoy parecen ridículas. Queríamos ser íntegros, buenos, honestos. Había muchas cosas prohibidas y parecía que eso nos llenaba de ganas de ser libres
Pero en ese entonces, uno no era capaz de ver los misterios y la poesía que esconden las esquinas. Uno no tenía historia, la iba construyendo sin saber que las miradas, los pasos, los besos o los piñazos, se van quedando prendidos de los rincones de las ochavas o de las líneas rectas de las esquinas comunes.
Tienen que pasar los años para que uno, con más de una cana en la sien, empiece a ver en cualquier esquina de su barrio, o de otros barrios de viejas andanzas, las miradas, los rencores, los abrazos y las pasiones con que forjó sus pasos. Y por detrás de todo eso, las cientos de historias que se escriben en las paredes que forman la esquina.
Cierro los ojos y veo en la esquina de una de las casas de mis primeros tiempos, a la barra reunida aprendiendo a vivir. El Ñato, Bigote, el Chito, Pablito, Elenita, Daniela, Anabella, Sonia, Ana, Carlitos y Eduardo. Muy cerquita, en otra esquina más abierta, arbolada y llena de lunas, el Turco, Alberto, Martín y Mauro. Cierro los ojos y veo mis esquinas y reconozco un sello de identidad. Paso por mis esquinas y escucho rumores, voces, risas, llantos y abrazos, estampados en el aire, dibujados en las paredes, escritos en los pretiles.
Y se me ocurre que en las tuyas pasa lo mismo. Se me antoja que tal vez tenés la misma sensación, andando por tu barrio, recorriendo cuadras y llegando a esas aristas en que la vida dobla y que siempre esconden la sensación de que algo, ahí a la vuelta, está por pasar.

Luigi Lemes
2010

Foto de Edgar Salgado (2010) 

martes, 12 de marzo de 2013

Universal

-¡No me rompas más las pelotas con la nacionalidad de Gardel! - le dije al flaco una noche de esas de discusiones interminables en el boliche. -Yo también pienso que el tipo nació acá. Pero, ¿sabés qué?, yo creo que el tipo a esta altura del partido, ya es universal, como los Beatles.

-Todo lo que quieras, pero el tipo nació en Tacuarembó. Y si no, fijate todas esas fotos que hay de los Escayola...

-Universal, flaco, ¿entendés? Universal. O sea, que pertenece al universo. El
hombre supo trascender todas las fronteras.

-Bueno, si. Tenés razón. Dejalo ahí.

Pero el flaco era porfiado. Un día, mientras manejaba por una ruta de mesetas y de trinos, allá en el suelo de los Benavídez, me dijo, como quién llega a una fiesta:

- Mirá ese paisaje, hermano. ¿No te parece que el universo también nació en Tacuarembó?

Luigi Lemes



sábado, 9 de marzo de 2013

La noche que Zitarrosa cantó en el Vitreaux Bar

"dulce milonga
enamorada de todos,
como una planta
crece en la garganta;
nace tu flor sin color
en cualquier corazón
-perfume de otra canción"


Alfredo Zitarrosa



La noche era fría y había niebla. “Una cerrazón londinense”, solía decir un amigo querido. Entré al bar como todos los viernes. Era noche de peña y el lugar hervía de gente. Como un pedacito de Montevideo o de Buenos Aires puesto casi por equivocación en una ciudad no acostumbrada a un lugar prácticamente sin ventanas a la calle -La única que había daba a Varela, por donde a esa hora no pasaba nadie-.



Un corto pasillo, una chica amable y bonita en la puerta como antesala del clima agradable que caracterizaba al lugar. Un ambiente central y un apartado para los que querían una charla más privada. Todo bastante apretado, pero coqueto y cálido. En el mostrador, Pablo servía copas. A su lado, regenteando la situación, estaba el Cabeza. Un tipo que, o siempre estaba feliz, o era un actor consumado. Porque la sonrisa pintada en su cara, a esa altura parecía imborrable. Ni bien entré, se apresuró a comentar:


-¿Viste quién vino hoy? ¡Hoy sí que nos consagramos!


Señaló una mesa del fondo, cerca de la puerta de la cocina. Y ahí estaba. Elegante, de riguroso traje negro y finísima corbata al tono. Y detrás del mostrador, al lado de la heladera, en el perchero que los músicos estables compartíamos con el personal, la gabardina.


El tiempo se detuvo. Después retrocedió hasta alcanzar el instante en que un joven cantor se fotografiaba con un gran cigarro en la boca y aquel otro en que contemplaba una jaula con un canario.


El tipo era Zitarrosa.


La escena era tan real como imposible. Era el año 2002. Alfredo vivía más que nunca en sus canciones, pero físicamente ya no andaba estos caminos.. Sin embargo esa anoche estaba ahí, acompañado de una mujer joven y hermosa. En el escenario, Caco afinaba la guitarra y me señalaba con la nariz la escena mágica que ahí se daba.


Después de aquel impacto y luego de las presentaciones, pudimos saber que el hombre se llamaba Julio, que era –creo- de Colonia, y que se autodefinía como un cantor modesto pero apasionado. Compartimos su mesa un rato. Después acompañamos con Caco a algunos cantores. Y disfrutamos, hay que reconocerlo, del juego de impactar a toda persona conocedora de Alfredo que entrara al lugar.


Pero la sospecha de que algo extraño estaba pasando me volvió a invadir cuando el hombre subió al escenario y -pulsando la guitarra, rodeado de los arpegios con los que Caco Pauletti inauguraba la ceremonia-, cantó “Milonga de ojos dorados” ,“Chacarera del 55”,“El violín de Becho”.


Bastante antes de que el sol empezara su tarea de clarear la cosa, el hombre enfundó la guitarra y se enfundó en la gabardina. Tomó a su hermosa dama del brazo, agradeció formal y cortésmente a la casa por el trato dispensado y a los músicos por su generosidad, atravesó el pasillo y se internó en la niebla.


Le juro que salí un segundo después para ver hacia donde se encaminaba. Pero usted sabe cómo es la niebla.


Desde ese día, puede usted creerme o no, he empezado a ver la magia que esconden las esquinas y los rincones de esta ciudad. Duendes y fantasmas que juegan a hacernos confundir y no nos permiten saber cual es la verdadera frontera entre la historia y la leyenda.


Y no se cómo hacer, pero ando pidiendo a gritos que nos demos cuenta.

                                                                                                                 Luis Lemes 

                                                            Publicado en el Semanario "El Sanducero" en 2010

 Ilustración de FERNANDO IRECIO, para la publicación en "El Sanducero"


jueves, 7 de marzo de 2013

Del mismo árbol

Hola a todos. 
Hace un montón de años, treinta para ser un poco más precisos, treinta y un par de meses, bajo los árboles de níspero de la abuela Celia, en el barrio Bella Vista de Paysandú, craneamos una revistita subterránea. Éramos unos gurises locos, entusiasmados por las páginas inolvidables de la revista Hum(r) (Humor Registrado), que venía del otro lado del río con su carga de talento genial y con su lucha por iluminar tiempos oscuros. La revista de Cascioli, en la que escribía un elenco de maestros increíbles (entre los cuales había más de un uruguayo), nos llenaba de ganas de hacer cosas. Así nació, chiquita, humilde, de escasísimo tiraje, El Níspero. 
Su vida, breve -diez números normales más uno extra en el correr de un año y poco-, fue una experiencia maravillosa para una barra de gurises llenos de entusiasmo y ganas de hacer cosas en tiempos difíciles. Para mí, en paticular, fue una tarea hermosa, que me enseñó que hay cosas que valían bien la pena: Meterse en el universo de la escritura, en la creación de textos que fueran divertidos, que nos identificaran,que dijeran cosas entre líneas. Garabatear dibujos que transmitieran emociones...Y finalmente contar con los otros, con los que llegaron con sus textos y dibujos,  para convertir aquello en lo que fue, un grupo de gente, muy joven, armando una herramienta de comunicación de humilde contextura física pero poderoso en afectos, en vínculos, en lazos. Una frutita de níspero en el árbol que aquellos días florecía.
No sé si alguno de los muchachos o de los vecinos que adquiría la revista conservará alguna. Mi querido Chichí Vidiella me dijo un día que los tenía y los íbamos a fotocopiar, pero el tiempo que quedaba para que nos diéramos otro abrazo se nos escurrió como arena entre los dedos. Yo conservo apenas algunos retazos de algunos ejemplares, que algún día les mostraré.
Éste Níspero probablemente no sea aquel. Aquel era una aventura llena de latidos jóvenes. adrenalina, amores tempranos, cabecitas que querían saber y crecer. Éste viene de andar muchos días de soles y de tormentas. Es un Nípero maduro, observador, quisquilloso, un poco sarcástico, un poco irónico.
Sin embargo hay algo que los une, que los emparenta. Y creo que ese algo tiene que ver con la ternura que todavía se atreve a ganarnos el de la zurda más de una noche como ésta. Creo que tiene que ver con ese brillito en los ojos que nos permite mantener la capacidad de asombro a flor de piel.
Este Níspero, probablemente no sea aquel. pero no tengan dudas: aquél y éste, éste y aquél, son nísperos de un mismo árbol.
Bienvenidos.
Luigi Lemes.




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